Liderazgos y redefinición de los objetivos políticos del gobierno.

Comunicación y Estudios Sociales

Liderazgos y redefinición de los objetivos políticos del gobierno.

Por Alfredo Santos

Cuando el gobierno asumió el 10 de diciembre pasado, su primera definición fue la de “tierra arrasada”, sentencia más que elocuente.

Refería a la desindustrialización, la pérdida de empleo, el endeudamiento monstruoso por magnitud en tan poco tiempo y sin que fuera el crecimiento el  beneficiario, sino la “timba financiera”, y un 35% de la población bajo la línea de la pobreza (con un futuro poco prometedor, que ubica un 50% de los niños en esa franja) según el INDEC.

La primera definición fue la de “la batalla contra el hambre”, supeditando cualquier otra promesa económica a la renegociación de la Deuda Externa a cargo del joven economista Martin Guzmán. Incluso se aventuraron plazos (“finales de Marzo”) para luego poder “encender” la economía.

Se asistió a un inicio de gestión con grandes expectativas y con alegría popular, por haber finalizado una gestión que se había quedado en las promesas de hambre cero, crecimiento y un cambio de ciclo apoyado en el esfuerzo individual como motor de lo colectivo (“Sí, se puede”), y que profundizó “la grieta”.

El término político de “la grieta” fue desplazado por la proposición de un gobierno amplio de consenso. Alberto Fernández representaba la figura del intercambio, la escucha tanto para el peronismo como para la oposición. Declaró el fin de la grieta como voluntad política.

Ahora bien, una grieta representa el resquebrajamiento de una unidad, pero en el caso de la política las unidades se representan en corpus ideológicos que pugnan y disienten, que hacen de la persuasión y el convencimiento sus herramientas.

La dicotomía, no solo nacional, sino internacional, de República/Individualismo vs. Populismo/Colectivismo asume las características históricas y culturales de cada nación.

Esta dualidad se da en el marco  de la “globalización”, de la ciencia y la tecnología con grandes aportes en el comercio, la producción y la circulación de información, donde algunos se convierten en productores-propietarios y otros en usuarios-beneficiarios. Todos bajo un mismo lenguaje civilizatorio, con sentidos disimiles según las latitudes.

Pero en términos políticos internacionales aquello que se ha consolidado firmemente es la concentración de la riqueza y una distribución inequitativa de la misma. Lo único que creció en el mundo es la desigualdad y esto también se refleja en nuestro país.

Este contexto planetario es a modo de referenciar los grandes problemas que acarrea en especial nuestro continente latinoamericano. Basta recordar las recientes protestas en Chile, Ecuador, Perú; los contingentes cada vez mayores de migrantes de Venezuela, las interrupciones gubernamentales en Brasil y Bolivia, y, por último, la emergencia de nuevos gobiernos en esos países y en  México, Argentina y Uruguay. Todo representado en la palabra “Cambio”.

Vale decir que antes de la pandemia se venían incubando insatisfacciones, movimientos sociales, políticos, con sus manifestaciones locales, frente a lo que subyace: el paisaje de la globalización y la desigualdad, con actores definidos y reconocidos, y por tanto, predecibles.

¿Qué produjo y produce la COVID-19, la pandemia, ese “enemigo biológico, invisible”? Poner en crisis de distinta magnitud a todo el planeta.

La globalización del virus, hecho no deseado, desestabiliza la economía mundial y tiene las consecuencias de una guerra, y como una guerra, no deja saber cuándo puede terminar (hasta que aparezca la vacuna o una cura exitosa). Las cuarentenas internacionales y el aislamiento obligatorio modifican las relaciones interpersonales, los modos de organización social, etc.

Todos los intelectuales del mundo, movilizados por el evento, coinciden en la proyección de un cambio cualitativo después de este hecho inédito en curso, sin antecedentes por su contexto y alcance. No se puede comparar con otras pandemias ni crisis económicas mundiales.

Estamos transitando momentos de gran incertidumbre con una sola certeza: hay cuantiosas pérdidas que deberemos saldar. Es una gran caída a un vacío cuya profundidad desconocemos… 10, 100, 1000 metros, o más. El interrogante entonces es ¿desde dónde vamos a tener que remontar?

En este marco hay dos denominadores comunes:

1) La demanda a la autoridad política y el repliegue al estado-nación como unidad de desempeño sanitario. En acciones como la cuarentena, el  cierre de fronteras y la  limitación a  circular es donde se exhiben los liderazgos e instituciones. Esto se manifiesta paradójicamente en Latinoamérica, donde el descrédito de la política ha ido in crescendo, pero la vocación de paternalismos protectivos ha sido una constante.

2) Nadie tiene muy claro cómo activar la economía. Las categorías conocidas parecen inadecuadas pero son las que comprendemos, se agudizan intereses, productivistas vs financistas, etc. Desde Alemania a Argentina la misma pregunta: ¿qué hacer?

Y por casa cómo andamos?

 La expresión de nuestro presidente de “que volver de menos diez en economía es posible pero volver de la muerte no” es plausible y tranquilizadora en el aquí y ahora, pero frente a nuestra certeza de caída, no calma nuestra angustia. Venimos de una “tierra arrasada” y el futuro será un “páramo” aunque no se tenga conciencia plena.

Sin embargo, ¿tenemos escucha para tramitar perspectivas futuras que solo grafican que vamos a estar peor, en el medio de la amenaza del virus, la cuarentena y el barbijo obligatorio?

El encierro que nunca habitaron los segmentos medios de la sociedad, o el reforzamiento de su condición de pobreza y el sinsentido de la palabra futuro de nuestros segmentos más vulnerables, ¿permiten transitar lo que viene?

Nuestra satisfacción de habernos anticipado a la pandemia con una respuesta sanitaria adecuada con pérdidas de vidas bajas (comparativamente con otros países) y un aplanamiento de los contagios hoy nos presenta como ganando la batalla sanitaria, pero semejante esfuerzo ¿alcanza para seguir pidiendo más?

Aquí el Estado Presente y su liderazgo deben tener un rol protagónico.

Los estudios de opinión confieren a Alberto Fernández una adhesión cercana al 75% en las actuales circunstancias. Se consolida como un presidente de consenso, abierto, sencillo, coloquial, ocupado y responsable.

El presidente desvaneció los liderazgos de Mauricio Macri y Cristina Kirchner, ganó la centralidad política; los opositores con funciones ejecutivas, como Rodríguez Larreta y Morales, acompañan.

Pero también desde voces dirigenciales comienzan a arreciar las críticas: “son autoritarios cerraron el Congreso” (Suarez Lastra); «el Gobierno usa la pandemia para esconder las miserias del kirchnerismo» (Cornejo); Patricia Bulrich y Mauricio Macri también lanzan críticas de igual tenor.

El peligro de un regreso del peronismo, la posibilidad de que una figura gane la confianza y el vínculo de representación de las mayorías, los inquieta.

Ni siquiera registran que el presidente expresó que está más cerca del “halo” de una época hippie setentista y romántica que de los preceptos doctrinarios del Gral. Perón (reportaje de Fontevecchia para Perfil). Claro que tambien  dicha época fue intensa en discusión política en Argentina con sindicalistas y juventudes que daban la vida por una causa.

Esta mirada corta de la oposición, mientras la pandemia produce un sismo económico, político y social, implica quedarse en el pasado y en la política de la chicana. El regreso del autoritarismo invocado es una consigna para recuperar a los propios, que se fueron bajo el manto protector del presidente.

También el presidente tuvo un triunfo anticipado en las PASO, que lo instaló en la conciencia colectiva tres meses antes de asumir y por tanto, cuando llegó se esperaban acciones mucho más profundas que las que la realidad permitía. Se vivió el verano con mucha pasividad, replegando la alegría y dejando las expectativas.

Ahora bien, la emergencia de la pandemia, incursionó de un modo inédito quebrando la vida cotidiana del mundo. Pantallas de noticieros fueron dando cuenta de los masivos contagios y la emergencia de la muerte sin poder hacer nada.

La experiencia europea nos presentaba un cuadro dramático y se actuó en consecuencia. En Argentina se declaró la cuarentena con la debida anticipación para que no colapse el sistema sanitario y proteger vidas, comenzó a instrumentarse la generación de hospitales especiales en el conurbano, el control de circulación y toda medida preventiva requerida.

Ello posibilitó un despliegue presidencial, reforzando los atributos propios con el de autoridad, cargándose al hombro las decisiones y la comunicación gubernamental.

La centralidad política al presidente y el nuevo interrogante que empuja “levantamiento de la cuarentena” para activar la economía.

La multiplicidad de instrumentos crediticios, subsidios y bonos para inyectar dinero en la plaza están en la evaluación y acción del gobierno, pero parecen no alcanzar y periodistas, especialistas y opinólogos comienzan a denotar el incremento del dólar blue, el aumento del riesgo país, el rechazo de la restructuración de la deuda, las rebajas de salarios y el aumento de los despidos.

Queda la sensación de expresiones conocidas y viejos interrogantes de los cuales ninguno concita una respuesta y advertimos que es la hora de formular nuevas preguntas, más profundas, quizás ontológicas.

Encontramos en este punto distintas dicotomías que nos proponen intelectuales del mundo:

Al hablarnos de la crisis y las acciones que promueve la pandemia, Yuval Harari nos plantea dos opciones importantes: “hay que elegir entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano; y entre aislamiento nacionalista y solidaridad mundial”.

Y agrega: “Esta tormenta pasará. Sin embargo, las elecciones que haremos nos cambiarán la vida en los próximos años… Hoy, por primera vez en la historia humana, la tecnología hace posible vigilar a todo el mundo todo el tiempo”.

El totalitarismo depositado en el control social puesto en acto por los países asiáticos  resuelve la emergencia de la pandemia pero demuestra la capacidad de dominación del poder sobre la ciudadanía. Harari opta por declamar el mayor empoderamiento o conciencia ciudadana sobre el poder, a los efectos de preservar la libertad y los derechos humanos. Su correlato a nivel geopolítico es que el totalitarismo se corresponde con los nacionalismos y el empoderamiento a una solidaridad global.

¿Puede haber nacionalismo sin totalitarismo?, podríamos apreciar los movimientos de USA, o el Reino Unido (Brexit), pero ostensiblemente se presentan en las antípodas de una sociedad global.

Una sociedad global cooperativa requiere de generosidad y de modificar el tablero de comando económico, tarea que el mismo Harari ve difícil en el mapa internacional de hoy.

El empoderamiento requiere de una toma de convicción muy difícil de tramitar políticamente como lo demuestra la historia, una pandemia por más virulenta que fuera ¿podrá alcanzar dicho efecto?

Son dicotomías orientadoras pero pueden resultar maniqueas, ya que cada proceso histórico y cultural incorpora y desarrolla los avances tecnológicos y científicos en los que se apoya el historiador israelí, como llave para abrir el cerrojo del futuro.

En el otro extremo, el filósofo Zizek, respecto de la pandemia expresa:

“Pero quizás otro virus ideológico, y mucho más beneficioso, se propagará y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global.

¿Todo esto no indica claramente la necesidad urgente de una reorganización de la economía global que ya no estará a merced de los mecanismos del mercado?

No estamos hablando aquí sobre el comunismo a la antigua usanza, por supuesto, sino sobre algún tipo de organización global que pueda controlar y regular la economía, así como limitar la soberanía de los estados nacionales cuando sea necesario.

¿Si designamos como ´liberales´ a todos aquellos que se preocupan por nuestras libertades, y como ´comunistas´ a aquellos que son conscientes de que solo podemos salvar estas libertades con cambios radicales ya que el capitalismo global se acerca a una crisis?

Asigna a la pandemia el punto de quiebre del capitalismo de mercado, pero rescata la noción de libertad basada en la solidaridad y la cooperación. Un nuevo comunismo internacional. A diferencia de Harari que deposita en la ciencia y en la tecnología los instrumentos, claramente Zizek lo plantea en la ideología.

Por otra parte, el filósofo coreano Byung-Chul Han nos plantea cómo una tradición cultural (el confucionismo), con preeminencia en la autoridad y la disciplina, se convierte en un facilitador de acciones protectivas en la pandemia, que resultan intrusivas a nuestros ojos y él define como la biopolitica (el tener acceso ilimitado al individuo). Pero que en Asia, no se las percibe como restricción de los derechos individuales sino como cumplimiento de deberes colectivos”.

En China “no existe restricción alguna al intercambio de datos entre los proveedores de internet y de telefonía móvil y las autoridades”,lo cual posibilita al decir del autor, un “feudalismo digital” muy similar al totalitarismo marcado por Harari, sin embargo la noción de “deberes colectivos” ¿no se asemeja al empoderamiento que pregona como su opuesto?

Han cierra: “Occidente concluirá que la protegida esfera privada es justamente lo que ofrece refugio al virus. Pero reconocer esto significa el fin del liberalismo”.

Pero, esta crisis denuncia la caída del neoliberalismo y el paradigma del mercado?

Hoy las grandes corporaciones (Google, Facebook, etc.),  que  cuentan con la misma capacidad de manipulación y control, pero cuyo ejercicio es subyacente, oculto o limitado al mercado, ¿preservan “los derechos individuales”?

Los intelectuales que citamos coinciden en la crisis de la economía y apelan a valores de cooperación, solidaridad y soluciones colectivas. Y aquello amenazado es del orden de las libertades y derechos privados.

A esto se suman dos aportes que grafican el punto de partida de la acción política en el dilema de la pandemia:

Lo que ocurre es todo lo contrario de una guerra, con una máquina biológica de un lado y, del otro, personas y grupos sin ideas, sin dirección, sin programa, sin estrategia, sin lenguaje. Es el silencio… es que hacía mucho tiempo que no sentía un tal vacío. Hay una ausencia de actores, de sentido, de ideas, de interés” (Alain Tourain).

Lo que no ha podido hacer la voluntad política podría hacerlo la potencia mutágena del virus. Pero esta fuga debe prepararse imaginando lo posible, ahora que lo impredecible ha desgarrado el lienzo de lo inevitable” (Franco “Bifo” Berardi).

¿Cómo bajamos estas advertencias intelectuales a la práctica política? En el tránsito de la lucha contra el virus, ¿cuáles son las posibles respuestas de acción política futura?

En primer lugar están presentes dos modelos de liderazgos mundiales, el asiático y el neoliberal, para la economía mundial capitalista, que se discuten desde las poltronas de países en desarrollo.

¿Hay que tomar partido por alguno? ¿Hay otras alternativas?

La realidad de Latinoamérica y de Argentina es otra: países con alto grado de informalidad en la economía, con grandes sectores en la pobreza, llamados “en vías de desarrollo”.

Además, la Argentina muestra la particularidad de poseer alta inflación, su economía vinculada a la fluctuación del dólar, gran endeudamiento, sin crecimiento, etc.

Como diría mi abuela, “sobre llovido mojado”: la pandemia.

En primer lugar, se aprende de lo vivido, de la historia. De cuáles fueron los momentos más siniestros y críticos y de cuáles fueron los más virtuosos y felices para el pueblo argentino.

Cuando hubo mejor distribución de la riqueza y prosperidad, con gobiernos peronistas. Y fue, porque hay una ideología que apunta a la justicia social, la independencia económica y la soberanía política. Para algunos estas expresiones tienen olor a naftalina o no fueron vivenciadas en esta sociedad cada vez más individualista y liquida, al decir de Bauman.

Pero están lo suficientemente vigentes como principios, para intentar una sociedad más “consistente” al menos, donde valores como la solidaridad social, la equidad, la igualdad, brinden una consistencia al tejido social.

A ello se suman los movimientos ecologistas y las luchas de género, que enriquecen y actualizan los desafíos futuros como bien lo señala el Papa Francisco en sus encíclicas.

Se trata de poder “representarnos el futuro” partiendo desde la pérdida que ocasiona la pandemia, como emergente de una pérdida mayor que configura el modelo económico actual. Lo seguro es que no podemos volver a como estábamos, porque antes estábamos mal.

Desde esta perspectiva, necesitamos un liderazgo ideológico que ponga metas políticas, en lo económico y social. Seguramente (como decía Perón, “para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos”), algunos inmediatamente remitirán estas palabras a la grieta, a la ausencia de consensos.

En época de emergencia, combatir la usura financiera (como son los intereses sobre giros en descubiertos y sobre deudas de tarjetas, etc.) debería ser un objetivo político. Se tendrá a los bancos en contra, pero un gran consenso social.

Debiera aplicarse la ley de abastecimiento a la cadena de precios de los alimentos para que las rentabilidades que se apliquen a los productos no se manejen con el dólar blue, especulativo, sino por el oficial.

Y podríamos seguir con otros ejemplos. La mirada orientada ideológicamente y en la búsqueda de nuevos instrumentos es el gran desafío.

Observamos en Holanda, economía desarrollada, manifestaciones de especialistas que plantean nuevos ejes radicales como “economía de decrecimiento”, basada en principios redistributivos, crecimiento segmentado, austeridad de consumos, producción agropecuaria ecológica y cancelación de deudas a los sectores más empobrecidos: conceptos de sustentabilidad y no de rentabilidad.

Vale decir, el consenso deberá ser sobre las metas y no por la voluntad de los dirigentes donde, encolumnados en personalismos, se esconden las viejas recetas económicas.

Unidad en las metas, atendiendo que la misma implicará resistencias políticas e internacionales, combates comerciales asimétricos entre corporaciones y economías regionales. Y por sobre todo, un esfuerzo y austeridad ciudadana que podría ser recompensada con estabilidad, distribución y equidad.

Puede resultar muy ideológico y utópico, pero nuestras interrogaciones deben girar en lo que la pandemia nos propone: un pensamiento lateral, de soluciones y reivindicaciones.

En el conceptualizar de las nuevas preguntas iremos construyendo nuevas respuestas.

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